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indisciplina ciudadanaLa supuesta indisciplina ciudadana es esgrimida con frecuencia para justificar el incumplimiento de la sociedad panameña con su parte del pacto social necesario para controlar esta epidemia, pues cada día se detectan más casos positivos del COVID-19, y éstos, se producen precisamente entre la población. No se los inventa el sistema de salud, o los gobernantes, o los diputados que violan los decretos, o los que no los violan, o las ONG, o los empresarios, o, quien se nos ocurra atribuirle la culpa; sin detenernos a analizar nuestra responsabilidad en esta situación.

En este artículo, publicado originalmente en mi columna de opinión de La Estrella de Panamá, analizo los dos factores determinantes que considero son los principales en este comportamiento de nosotros los panameños y están incidiendo en que no podamos cumplir con nuestra parte como sociedad, ejercer una vigilancia extrema y encontrar, aislar, diagnosticar y tratar todos los casos y rastrear y poner en cuarentena a cada contacto.

Indisciplina ciudadana y condiciones sociales y económicas

Para comenzar tenemos el impacto negativo que ejerce en el elevado número de casos que tenemos las condiciones sociales y económicas caracterizadas por la desigualdad y la pobreza que padecen miles de panameños. Esta afirmación requiere de una investigación formal, pero hay algunas evidencias disponibles que así lo demuestran. La primera es que más del 50% de los casos acumulados hasta la fecha, han ocurrido en 20 corregimientos de los más pobres que tiene el país. Por otro lado, más del 75% de los casos ocurren entre la población cuyas edades oscilan entre 20 y 59 años.

Entonces tenemos una franja de población que vive hacinada en los corregimientos más pobres; que sale a trabajar todos los días y para llegar al trabajo utiliza un transporte colectivo en el que viajan todos apretados, con o sin mascarilla; que en el trabajo probablemente no se guarde la suficiente distancia y no se le brinden a los empleados las facilidades para mantener la higiene personal necesaria; que al regresar a su casa utiliza el mismo medio y; que al llegar a su casa padece de hacinamiento y probablemente propague el virus que adquirió en la calle. Es claro entonces que no le podemos achacar esta realidad a una supuesta indisciplina ciudadana.

Esa situación no la podemos corregir totalmente en medio de la epidemia, pero sí que podemos incluir en el plan de recuperación económica, la priorización de este grupo de panameños, promoviendo un modelo económico que busque el desarrollo con equidad y justicia social. También podemos exigirle a las empresas y negocios que establezcan menos horas de trabajo y horarios que permitan la llegada y salida intermitente de los empleados, así como las medidas de protección necesarias y suficientes para empleados y clientes; entre las cuales deben incluirse la realización pruebas de laboratorio y la participación en el rastreo de contactos.

El rol de las Ciencias Sociales

Por otro lado, el gran factor determinante para explicar el gran incremento de casos positivos que estamos teniendo, bien puede ser la supuesta indisciplina ciudadana, que impide, o no facilita la participación efectiva de la población; tanto en su cuidado personal, el de sus familias, amigos y miembros de su comunidad; como en la búsqueda activa de casos y contactos, así como en la denuncia de aquellos ciudadanos y empresas que no estén cumpliendo con su parte y; en el ejercicio pleno del organizado control social de la gestión de las autoridades.

Para ayudarnos a trabajar sobre este determinante tomaré prestadas algunas de las ideas que nos aporta del Dr. Weildler Guerra C. en su artículo “Es la hora de las ciencias sociales”, publicado recientemente en El Heraldo de Barranquilla. Ya desde el provocador título nos señala el camino.

Para comenzar, aclaro que, aunque el Dr. Guerra se refiere a Colombia, considero sus afirmaciones aplicables a nuestro país, pues de lo que se trata es de contribuir a superar la supuesta indisciplina ciudadana, aportando desde las ciencias sociales. Así, el autor subraya de entrada que “las ciencias sociales no han sido movilizadas para ayudar al país en esta emergencia”. Y añade que, “disciplinas como la antropología, la sociología, la psicología, la comunicación y el trabajo social pueden hacer contribuciones significativas. Especialmente para comprender cómo las condiciones sociales y económicas marcan la diferencia”. Hace un llamado a “examinar cómo se transmiten las medidas oficiales de prevención y como son interpretadas por la ciudadanía. Muchos asumen el pico y cédula como una inmunidad transitoria frente a la enfermedad. Olvidan que esta medida es solo una convención humana, una norma social no reconocida por el virus”.

Concluye recordándonos que, “el virus no declara una tregua ni su capacidad de contagiarnos disminuye por causa de la voluntad de un ente estatal o del azar numérico. La tarea pendiente es apoyarse en las ciencias sociales para comprender las concepciones y prácticas de las sociedades locales frente a la fragilidad de la vida, del cuidado mutuo y acerca del miedo a la soledad. No entender esto es culpar a la indisciplina ciudadana y caer en la tentación de etiquetar a los ciudadanos como rebeldes carentes de razón frente a las medidas sanitarias o, en el peor de los casos, como simples delincuentes”.

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