
Hablar de sistemas unificados de salud no es un debate técnico menor. Es, en esencia, una discusión sobre equidad, eficiencia y cohesión social. En países con sistemas fragmentados —como Panamá— la forma en que se organiza la provisión y el financiamiento de la salud determina quién vive más, quién se enferma menos y quién paga el costo de las fallas del Estado.
En ese contexto, el próximo año traerá nuevas discusiones; ojalá también decisiones, porque no habrá salud universal sin integración, ni integración sin voluntad política real.
Sistemas unificados de salud: una introducción necesaria
A lo largo de este año he insistido, desde distintos ángulos, en una idea que incomoda pero ya no puede seguir posponiéndose: el sistema de salud panameño, fragmentado entre el MINSA y la CSS, no responde ni a las necesidades actuales de la población ni a los desafíos que vienen. He escrito sobre integración, capacidad de resolución, atención primaria, gasto de bolsillo y gobernanza sanitaria. Todos esos temas convergen en una pregunta de fondo: ¿qué tipo de sistema de salud quiere —y puede— construir Panamá?
En ese sentido, hablar de sistemas unificados de salud es una forma honesta de cerrar ese debate anual. No como consigna ideológica ni como promesa tecnocrática, sino como reflexión estratégica sobre equidad, eficiencia y cohesión social.
¿Qué significa realmente un sistema unificado de salud?
Un sistema unificado de salud no es, como a veces se caricaturiza, una “mega institución” centralizada ni la desaparición automática de actores existentes. Es, sobre todo, un sistema donde la población es el centro, no la institución; donde el acceso depende de la necesidad y no del estatus laboral; y donde el Estado ejerce una rectoría efectiva sobre financiamiento, planificación y provisión.
La unificación puede adoptar distintas formas, pero comparte principios básicos:
financiamiento solidario, redes integradas de servicios, un plan de beneficios común, información interoperable y una atención primaria fuerte como columna vertebral. Justamente los puntos donde Panamá hoy muestra mayores debilidades.
Lo que muestran las experiencias internacionales sobe los sistemas unificados de salud
La comparación internacional confirma algo que he reiterado en este blog: la fragmentación no es sinónimo de libertad ni de eficiencia; suele ser sinónimo de desigualdad.
Costa Rica, con su Caja Costarricense de Seguro Social, demuestra que un sistema integrado puede ofrecer cobertura universal, buenos resultados sanitarios y legitimidad social incluso con recursos limitados. Brasil, con el Sistema Único de Salud, evidencia que la integración es posible en países grandes y desiguales, siempre que la atención primaria y el enfoque territorial sean el eje. Canadá, España y el Reino Unido confirman que los sistemas públicos unificados —aunque descentralizados— logran mejores resultados en equidad y control de costos.
Incluso países que no eliminaron la provisión privada, como Corea del Sur, avanzaron hacia fondos únicos de financiamiento, reduciendo inequidades sin sacrificar diversidad de prestadores. La lección es clara: la unificación no es dogma, es pragmatismo sanitario.
Panamá: integración ya discutida, pero no resuelta
Panamá no parte de cero. En los últimos años, y especialmente tras la pandemia, el discurso sobre la integración MINSA-CSS dejó de ser marginal. En este blog he analizado sus beneficios potenciales, pero también sus obstáculos reales: culturas institucionales distintas, desconfianzas históricas, intereses creados y una tendencia recurrente a confundir integración con fusión administrativa.
La evidencia comparada muestra que ese es un error. Integrar no es fusionar de golpe, sino alinear funciones críticas: financiamiento, redes de servicios, compras, información clínica, referencia y contrarreferencia. La fragmentación actual no protege derechos; los fragmenta.
Mientras tanto, los costos de no integrar son evidentes: duplicación de infraestructura, hospitales saturados, primer nivel débil, gasto de bolsillo elevado y una ciudadanía que navega el sistema como puede, no como debería.
La atención primaria de salud como punto de quiebre
Si algo queda claro al revisar experiencias exitosas —y al analizar nuestras propias falencias— es que no hay sistema unificado viable sin una atención primaria de salud fuerte. He insistido en ello: sin primer nivel resolutivo, territorializado y con equipos estables, cualquier reforma se queda en el papel.
La integración del sistema de salud en Panamá debe comenzar allí: en el territorio, en la comunidad, en la prevención y el seguimiento continuo. Todo lo demás —hospitales, alta tecnología, especialidades— depende de que ese primer nivel funcione.
Un cierre de año, no un cierre de debate sobre el sistema unificado de salud
Cerrar el año hablando de sistemas unificados de salud no es clausurar la discusión, sino ordenarla. La pregunta ya no es si el sistema actual funciona —porque claramente no lo hace para todos—, sino cuánto tiempo más estamos dispuestos a sostener un modelo que reproduce desigualdad sanitaria.
La integración del sistema de salud no es una reforma administrativa más. Es una decisión de país, comparable a definir qué entendemos por educación pública o por seguridad social. Implica liderazgo político, diálogo social y una narrativa honesta: integrar no es quitar derechos, es extenderlos.
Si algo deja claro el recorrido de este año en el blog es que la fragmentación no es neutral. Tiene costos humanos, sociales y fiscales. Y que, frente a un país que envejece, se urbaniza y enfrenta crecientes enfermedades crónicas, seguir postergando la integración no es prudencia: es inercia.
Conclusión
Cierro el año convencido de que la integración del sistema de salud no es una obsesión técnica ni un capricho ideológico, sino una pregunta incómoda sobre el país que estamos construyendo. La fragmentación no es neutral: cuida mejor a quienes ya están dentro, excluye a otros y le cuesta caro al país. Integrar no es destruir instituciones, es devolverles sentido y coherencia frente a una población que envejece, enfrenta más enfermedades crónicas y exige respuestas. Panamá puede seguir administrando la desigualdad sanitaria o decidir corregirla.
Cerrar el año pensando en sistemas unificados de salud es, en el fondo, cerrar el año preguntándonos qué tipo de país queremos cuidar. Y a quiénes estamos dispuestos, de verdad, a dejar fuera.
El próximo año traerá nuevas discusiones; ojalá también decisiones, porque no habrá salud universal sin integración, ni integración sin voluntad política real.
