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Cuidemos a los adultos mayoresHace siete meses reflexioné en esta columna sobre la importancia de los adultos mayores como depositarios de un caudal de conocimientos y experiencias para la vida y el desarrollo, ahora y después de que superemos la pandemia.

Hoy, luego de nueve meses de epidemia que ha cobrado la vida a cerca de 3,500 personas, de las cuales la gran mayoría pertenecen a personas mayores de sesenta años, me pregunto si esta sociedad aprecia el valor de los adultos mayores, o prefiere enfocarse en la diversión y el placer, haciendo caso omiso, con irresponsable e indisciplina a las recomendaciones de bioseguridad, contribuyendo con su conducta, al impacto de esta enfermedad que ya ha causado más de 190 mil enfermos y enormes pérdidas a nuestra economía y a nuestra salud mental. En ese sentido comparto con ustedes mi artículo de hoy en La Estrella de Panamá, en el cual hago algunas reflexiones que considero pertinentes.

Acaso será que, estos jóvenes panameños, pues la mayoría son los responsables por la transmisión del virus, no estiman la sabiduría, experiencia, sentido común, de los adultos mayores y prefieren sacrificar con indiferencia el tesoro que les ofrece la experiencia de las personas mayores, a ellos y a sus hijos, para disfrutar la vida en un alocado frenesí del cual somos testigos todos los días a través de los videos, fotos y audios que nos llegan desde las redes sociales; pues estos jóvenes tienen además la costumbre de filmar todo lo que hacen, como compitiendo entre ellos para ver quién es el más desenfrenado. Enfocados en la búsqueda del placer individual en todos los ámbitos de la vida, olvidan que todos somos necesarios para revisar, recuperar y fortalecer nuestros valores y principios, en esta sociedad que está atravesando una pérdida de valores sin precedentes en nuestra historia.

Pero también hago un llamado a los adultos mayores para que cultiven estilos de vida saludables que favorezcan la conservación de la salud y el bienestar. No olvidemos que cada año, más de 10,000 panameños mayores de 60 años fallecen de las llamadas enfermedades crónicas no transmisibles, entre las que destacan la diabetes, obesidad mórbida, las enfermedades del sistema circulatorio, las del sistema respiratorio y el cáncer. Todas estas enfermedades están relacionadas con factores de riesgo evitables, y, lo más importante en estos tiempos de epidemia, es que están asociadas a una mayor probabilidad de morir por la COVID-19. No menos importante será que nuestro sistema de salud desarrolle y fortalezca el programa de promoción de la salud, detección precoz y tratamiento oportuno de estas enfermedades.

Para aprovechar esa sabiduría de las personas mayores, no basta con protegerlas hoy de la COVID-19, que es deber ético y moral inmediato. Estamos obligados además a formular políticas de salud pública y desarrollo socioeconómico, que favorezcan el envejecimiento saludable de la población. Lógicamente que esto también constituye un reto para la sociedad, que debe adaptarse a ello para mejorar al máximo la salud y la capacidad funcional de las personas mayores, así como su participación social y su seguridad.

Como nos señala la OMS, “gozar de buena salud es fundamental para que las personas mayores mantengan su independencia y puedan tener un lugar en la vida familiar y en su comunidad. Cuidar la salud a lo largo de la vida y prevenir la enfermedad puede evitar o retrasar la aparición de enfermedades crónicas y no transmisibles. Pero esas enfermedades también deben ser detectadas y tratadas a tiempo con el fin de reducir al mínimo sus consecuencias; además, quienes padezcan una enfermedad avanzada necesitarán cuidados y un apoyo adecuados de forma prolongada. El mejor modo de prestar esos servicios es mediante un fortalecido sistema integral de atención primaria.

Para finalizar, los invito hoy a cuidar a nuestros adultos mayores. Ellos y ellas trabajan de forma remunerada o no remunerada, atienden a familiares y amigos, y colaboran tras la jubilación en organizaciones y asociaciones. Contribuyen inconmensurablemente al bienestar de sus familias y comunidades, sacrificando comúnmente el suyo propio para cuidar a los demás, incluida la ayuda de hijos y nietos. Además, tienen el mismo derecho a la vida que los demás durante y después del coronavirus. Es la hora pues de defender los derechos de los ancianos, pues, como ha señalado la ONU, ninguna persona, joven o vieja, es prescindible. Toda respuesta social, incluyendo la disciplina ciudadana, así como la económica y humanitaria al COVID-19 debe tener en cuenta las necesidades y la opinión de las personas mayores.

En todo caso, los panameños tenemos que echar abajo los estereotipos y comenzar a valorar y respetar, en serio a todas las personas mayores, no solo a nuestros familiares. Acabemos con esa marginación estructural, que las considera como menos vigorosas y menos útiles. Las personas mayores no son necesariamente frágiles, anticuadas, incapacitadas para el trabajo, débiles, de reacciones lentas, discapacitadas o de plano incapaces. Este prejuicio separa a la sociedad en jóvenes y viejos. Y se pierde la sociedad del valioso aporte de los mayores.

 

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