Adecentar el país, comenzando por la recuperación de nuestros valores, debe ser el gran propósito de Año Nuevo para todos los panameños. Estamos obligados a vencer y erradicar la problemática que nos angustia a todos y el panorama que es cada vez más desalentador, amenazando con destruir nuestra Democracia.
En ese contexto, comparto con ustedes en esta última entrega del 2018, un resumen de las ideas centrales de dos artículos que sobre el tema publiqué hace un año, y siguen plenamente vigentes, pues a pesar de la denuncia cotidiana, aquí no pasa nada, o no pasa lo que queremos la mayoría de los panameños que no pertenecemos a la clase gobernante.
Agonía y deber de adecentar el país
Comenzaré subrayando las ideas centrales de mi artículo “Agonía y deber”, en el cual afirmaba que los panameños hemos incorporado en nuestro acervo cultural, individual y colectivo, el significado de términos como corrupción, impunidad, clientelismo político, transparencia, pago de coimas sobre costos, blanqueo de capitales, paraíso fiscal, listas negras, y otros iguales o peores. También hemos identificado a las personas y las instituciones que son responsables por estos hechos dolosos y vivimos entre la agonía que nos genera el conocimiento de la realidad cotidiana y la necesidad de cumplir con el deber ciudadano de ponerle coto a esta situación y adecentar el país.
Aquí no pasa un día en el que los principales medios nacionales, y algunos internacionales, no nos recuerden con evidencias que nuestros gobernantes adoptan conductas dolosas, contrarias a los principios y valores de la probidad, para su beneficio propio y resultando en graves perjuicios a nuestro patrimonio nacional; que el presumido crecimiento económico beneficia principalmente a un grupo de privilegiados, y prohíja una gran desigualdad que perjudica principalmente a los más pobres y marginados de nuestro país; que ha sido doloso, ineficiente e inescrupuloso el manejo de nuestras riquezas.
También es conocido que el grupo gobernante no representa a la mayoría de los panameños; que cualquiera de nosotros no puede participar por igual en el ejercicio del poder político; que abundan las denuncias de que la oligarquía controla de forma directa o indirecta, los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, violándose claramente el principio de separación de poderes, requisito indispensable para un Estado de Derecho.
Como si fuera poco, estamos entrando en una espiral de violencia e inseguridad relacionada con actividades criminales que exponen a la población a un permanente riesgo. Ya no son extraños los casos de tiroteos y ajustes de cuentas en lugares públicos, lo cual nos hace suponer la presencia cada vez más intensa del crimen organizado en nuestro suelo patrio.
Recuperar nuestros valores para adecentar el país
Íntimamente relacionado con el panorama político arriba señalado, está el asunto de nuestros valores, y es obligatorio preguntarnos ¿cuáles son nuestros valores? Para ello retomaré las ideas centrales del artículo que escribí en La Prensa hace más de un año.
Allí, tratando de buscarle un origen a la pérdida de valores sin precedentes que está atravesando nuestra sociedad, descubrí que es un tema que ha sido desarrollado repetidamente por nuestros comunicadores sociales en el pasado, siendo incluso motivo de foros nacionales. Sin embargo, nuestra sociedad ha hecho caso omiso a estas lecturas y sigue inmersa en esa crisis de valores donde abunda, parafraseando al genial Quino, “la afición al placer, lo exterior (las apariencias), el egoísmo y lo superficial en el manejo de las relaciones humanas… Por ello, somos esclavos del culto a la belleza, al dinero, al talento, a la juventud, y sobre todo y ante todo al éxito, sin importar el costo ético y moral de alcanzar la riqueza y una posición social”.
Para corroborar esta percepción, basta con salir a la calle, llegar al trabajo, meterse en una parada de bus o en un endemoniado tranque, buscar atención en una oficina pública o visitar un centro comercial, y darle una mirada al comportamiento de las personas, para ratificar con no poca frecuencia que la superficialidad, la vanidad, la presunción, la pereza, la impuntualidad, la poca responsabilidad, están presentes en el comportamiento cotidiano de muchos de nosotros. También está presente la permisividad pública y familiar, así como la impunidad jurídica y social, propiciando y permitiendo el “juega vivo” y la corrupción, que se manifiestan en el actuar de diversas instancias del Gobierno, algunas empresas privadas, la familia misma, y muchos ciudadanos que aspiran a recibir parte de la repartición de la patria.
Ese culto a los superficial, propicia que mantengamos una falta de interés respecto a la probidad de nuestras autoridades, limitándonos a conversaciones de café, y más recientemente, a chistes (“memes“) y videos a través del chat. No participamos activamente ejerciendo nuestro derecho ciudadano de control integral de la gestión pública. Olvidamos que esta apatía política nuestra es lo que más daño nos causa, pues aumenta el margen de maniobra y la discrecionalidad del pequeño grupo que nos gobierna, dando por resultado la falta de transparencia e impunidad que campea libremente, mientras nosotros preferimos vivir felices nuestra utopía, manteniendo un círculo vicioso sin fin que nos tiene al borde del abismo, sin que hagamos algo para adecentar el país.
Conclusión
Entonces, compatriotas, ¿dónde estamos?, ¿son esos nuestros valores?, ¿cómo podemos cambiar y fortalecer los valores y principios éticos y morales para convertirnos en una sociedad diferente, vigorosa y solidaria, que, motivada por el conocimiento de la problemática, ejerza su derecho de hacer rendir cuentas a los gobernantes, trascendiendo los discursos triunfalistas de políticos aprovechados de nuestra apatía histórica.
Ese debe ser nuestro principal propósito para comenzar a adecentar el país en el 2019. Comencemos diciéndole NO a los corruptos, a las alianzas electoreras sin contenido, a los compromisos y amarres para llegar al poder a toda costa. Digámosle ¡ya basta! a los desgobiernos que nos han agobiado en los últimos lustros y hagamos que nuestra voz se escuche para recomponer nuestra democracia. Busquemos ese liderazgo honrado y respetable, que sea capaz de movilizar a la totalidad de la sociedad civil, sin distingo de ideologías ni credos, para recuperar nuestros valores y adecentar el país antes de sea muy tarde.
Que te escuchen jorge. Mas claro no puede estar. Cien por ciento de apoyo a estos contenidos
Que así sea amigo!
Muy gráfica la descripción de la agonía sobre una realidad asfixiante y el desafío de los cambios insoslayables.
La credibilidad de las propuestas de transformación ante los ciudadanos requiere el tratamiento explícito de los problemas de corrupción y de falta de liderazgo.
Los programas para erradicar la pobreza extrema, acompañados de visitas permanentes al campo, a las bases sociales, suscitan la confianza suficiente en los líderes comprometidos.
El crecimiento económico, el reforzamiento moral y la capacidad intelectual de los líderes para adaptarse a las crisis son capaces de modular la efectividad de las propuestas.
Su éxito o fracaso dependerá de la calidad y vigencia científica inherente a la propuesta, a las circunstancias político-sociales objetivas y a factores aleatorios imprevistos.
Gracias José!