Aprender a convivir con el nuevo coronavirus, siguiendo las medidas de cuidado individual y colectivo, es el gran reto que enfrentamos los panameños ahora que estamos disfrutando del levantamiento progresivo y asimétrico del confinamiento que veniamos padeciendo desde hace más de cinco meses. Como siempre, no hay consenso entre los ciudadanos acerca de la situación de la epidemia en el país, las razones del levantamiento de la cuarentena y las perspectivas para el futuro. Muchos, que antes clamaban por la libertad, hoy manifiestan en las redes que, esta salida, es apresurada, que la información es falaz y que solo se busca complacer al sector empresarial. Otro grupo, que hasta hace poco se aferraba al encierro, celebra la oportunidad de salir a la calle, y asegura que cumplirá con las medidas de bioseguridad. Es un asunto que debemos también resolver, para remar todos en la misma dirección.
Lo cierto es que, aceptando las dificultades, admitidas por las propias autoridades, para la recolección y el procesamiento de los datos; la información disponible el lunes 24 de agosto, fue veraz, y fue suficiente para arriesgarnos a tomar la decisión de comenzar a levantar la cuarentena. Cierto es que el sector empresarial y muchos sectores de la población, claman por una inmediata y total apertura, pero el sector salud se ha parado firme y ha tomado un riesgo calculado y necesario. Y digo riesgo, porque al virus ni lo tenemos controlado, ni estamos cerca de controlarlo. Pero vamos encaminados a lograrlo, pues estamos haciendo lo que se tiene que hacer, tanto el terreno de la vigilancia epidemiológica, como en la atención de los pacientes en hospitales, ya sea en salas o en cuidados intensivos. Le toca ahora a las empresas y a la población, cumplir con su parte. Reflexiono sobre el asunto en mi columna de opinión del día de hoy en La Estrella de Panamá
En ese contexto, esta primera semana de desconfinamiento hemos mantenido una tendencia clara a la disminución de los casos y las defunciones; más del 70% de nuestros enfermos se han recuperado; la velocidad de transmisión del virus (Rt) está cercana a 0.9, lo que disminuye las posibilidades de contagio, siempre que cumplamos con los cuidados necesarios; estamos realizando más de 4,500 pruebas de laboratorio diarias, superando claramente la meta que establecimos, tanto en número total como en porcentaje de personas positivas; la estrategia de trazabilidad con participación de la comunidad, empresas y clubes cívicos, se desarrolla con éxito y; la disponibilidad de camas en sala de los hospitales supera el 15%, tanto en las unidades de cuidados intensivos, como en las de cuidados respiratorios especiales.
Pero esos indicadores que nos proporcionan esperanzas para superar la epIdemia de COVID-19, requieren de algunas consideraciones adicionales; pues el virus está ahí afuera y cada vez que salimos a la calle, tenemos un encuentro cercano del primer tipo con el enemigo. Y, dependerá de nosotros que no nos consiga. Además, no olvidemos que el período de incubación de la enfermedad es de alrededor de dos semanas, por lo que el verdadero fruto de nuestro esfuerzo lo veremos a partir del 7 de septiembre.
Para comenzar subrayo que, aunque el número de casos diarios de COVID-19 ha disminuido en un 25% desde principios de julio hasta la semana pasada; seguimos siendo el país de América con más casos semanales reportados por habitante. Esa es una mala noticia, pues de seguir así, llegará el momento en el que nuestra red de servicios de salud no se dará abasto para atender los pacientes que lo requieran. Muchos aducen que es porque hacemos más pruebas y detectamos más casos que otros países, y eso es muy cierto. Panamá es uno de los países que realizan más pruebas por habitante y, desde hace dos meses, las actividades de trazabilidad han mejorado de forma importante. No obstante, hay que buscar la forma de que las personas detectadas, acepten aislarse en los hoteles disponibles, en lugar de mantener la cadena de contagio activa en sus vecindarios, trabajos y casas.
El mismo razonamiento es válido para las defunciones por COVID-19. Aunque nuestro promedio de defunciones ha disminuido en más del 30% desde principios de julio hasta la semana pasada, y mantenemos una tasa de letalidad de 2%, entre las menores del continente; nuestro índice de defunciones por 100 mil habitantes es de los más elevados de América. No podemos confiarnos solo en la tasa de letalidad, debemos investigar para identificar y corregir las posibles falencias en todos los renglones de la atención que reciben los pacientes, desde que se detectan como positivos, pasando por los hoteles-hospitales, las salas de hospitalización y las unidades de cuidados intensivos.
Al final, dando por sentado que el gobierno y las empresas cumplirán con su parte; mientras no tengamos disponible una vacuna eficaz, la piedra angular para convivir con el nuevo coronavirus y controlar la epidemia será nuestro comportamiento como ciudadanos. La clave estará en aprender a convivir con el nuevo coronavirus, capitalizando la experiencia de otros países que han tenido éxito controlando sus epidemias. Especial mención merece el modelo de gestión de los japoneses, que, además del uso de mascarillas, lavado de manos y distanciamiento físico; recomienda: evitar las llamadas 3-C (del inglés Three Cs). Estos tres elementos son “closed spaces, crowded places, close-contact settings”, y corresponden a: espacios cerrados con mala ventilación; lugares donde se reúnen muchas personas y; conductas como conversar, toser o estornudar, en distancias interpersonales estrechas en las que las gotitas de saliva puedan alcanzar a otras personas. Huir de este tipo de contextos, que aumentan el riesgo de contagio, permite rebajar las probabilidades de infectarse. Dicho de otro modo, si se eluden las tres condiciones mencionadas, se puede limitar el peligro de transmisión llevando una vida normal.
La salud mental también es esencial para aprender a convivir con el nuevo coronavirus. En ese sentido la OMS en su documento “Consideraciones psicosociales y de salud mental durante el brote de COVID-19”, ofrece una serie de mensajes que pueden usarse en las comunicaciones para apoyar el bienestar mental y psicosocial en diferentes grupos objetivo durante el brote. Las consideraciones presentadas en este documento han sido desarrolladas por el Departamento de Salud Mental y Uso de Sustancias de la OMS. Por su parte los CDC subrayan que, “el temor y la ansiedad con respecto a una nueva enfermedad y lo que podría suceder pueden resultar abrumadores y generar emociones fuertes tanto en adultos como en niños. Las medidas de salud pública, como el distanciamiento social, pueden hacer que las personas se sientan aisladas y en soledad y es posible que aumente el estrés y la ansiedad. Les invito a ver la nota completa aquí. Finalmente, la prestigiosa Clínica Mayo, manifiesta que, “la pandemia de la COVID-19 probablemente ha cambiado mucho la manera en que vivimos, y con esto ha traído incertidumbre, rutinas diarias alteradas, presiones económicas, y aislamiento social”. Los invito la lectura de las estrategias para autocuidado que propone la prestigiosa institución de salud.